Nadie se imaginaba cuando Gustavo Petro fue elegido presidente electo, o cuando se posesionó ya como presidente, que uno de los diálogos fuera a ser con los ganaderos y menos que este llegará a buen término.

 

En la campaña electoral se habló de cumplir el primer punto del acuerdo con las Farc. Se hablaba de expropiación de la propiedad rural; luego se pasó a la democratización de la tierra. Ya cuando se posesionó el presidente Petro se habló de la compra de tierra, y de respetar la Constitución y las leyes y, en ese orden de ideas, los ganaderos reconocieron que, si bien el nuevo mandatario era un hombre de izquierda, forjado en las filas de la guerrilla, había sido elegido democráticamente y que esa era una de las reglas de juego y en el mismo sentido la aceptaban.

 

“Si el presidente quiere hablar con los ganaderos, estamos dispuestos a hacerlo”, por esa misma regla que impone la democracia, colocando de presente que la misma Constitución y las leyes protegen el derecho a la propiedad privada.

 

El tema evolucionó por parte del gobierno a la compra de tierra “fértil”, palabra que no está el primer punto del Acuerdo con las Farc, pero que con buen tino y con razones de peso el presidente le dio un giro a la discusión, superando igualmente la dicotomía que se planteó entre tierra improductiva y tierra ociosa —concepto que entre otras dio pie para que muchas comunidades se sintieran con el derecho de ocupar e invadir propiedades ajenas porque eran “baldíos”, prohijadas por otra consigna de campaña del presidente Petro de que “la tierra es para quien la trabaja”—.

 

De allí el tema de la tierra progresó al argumento de la integralidad, sorteando así la polarización que se dio sobre la importancia de tener tierra, pues de nada servía tenerla —así fuera esta fértil— sino existían las condiciones para hacerla productiva.